El Rey del Invierno
A todos nos llega ese día en el que sentimos el
verano. No un recuerdo lejano que añorar; sino que, aun sabiendo la distancia
que nos separa, sentimos su presencia. Aquel día en el que encuentras un oasis
entre los últimos coletazos del invierno.
Vas caminando por la acera cuando el Sol se cuela
entre los árboles, te calienta el cuerpo y te das cuenta de que te sobra el
abrigo. Te lo desabrochas y sólo la incomodidad de llevarlo en la mano te
impide quitártelo. La operación se repite cuando lo que sobra es la
chaqueta, pues hace ya días que dejaste
la cazadora.
Ahora, cuando ya agoniza, el invierno se vuelve aún
más peligroso. Primero te deja soñar con el buen tiempo, recordar la última vez
que lo viviste: el último verano con sus vacaciones, sus cálidas tardes, sus
noches interminables, sus inexistentes mañanas. Ocurre entonces que, una vez
estás inmerso en tu fantasía, te golpea, reúne todas sus fuerzas y te derrumba.
Caes al suelo, tu moral se hunde, te lo habías creído, subiste muy alto y la
caída ha sido demasiado dolorosa.
Pero, tras varios intentos de levantarte en los que
el frío te vuelve a tirar, llega su ocaso, ese día en el que dices hasta aquí
hemos llegado. El invierno acaba, sabes que no volverá, quizás el tiempo vuelva
a empeorar, pero no volverás a pasar frío.
Al final, el aire acaricia tu cara sin otorgarle la
típica sensación fría del período invernal. El cálido cosquilleo en tu garganta
al descubierto te llena de placer, te sientes lleno de energía y vitalidad, te
crees el Rey del Invierno.
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